Como el barro que se requiebra
con la sequía del tiempo,
como el agua que se evapora
con el fuego del amor,
como el sudor que junta
tu cuerpo con el mío,
el tuyo que es un pozo
de agua bendita
y el mío que es un desierto
del olvido,
como un puñado de arena
echado al viento
que se disipa entre llantos
de pájaros blancos,
como un esqueleto con frío,
como estarse quieto
y hacerse falta ante la mirada de la virgen,
como resquebrajar la mente
en pedazos
para después repartirlos como limosna
en cada caminito
por donde nos dejamos caminar,
como olvidar la receta de un beso
y nunca más sentir el mismo sabor,
como mezclar el tiempo con la memoria
y recibir a cambio a la nada,
llamarse muerte a cada segundo,
darse vida a cada paso de suerte,
es por eso que se me abren las venas,
se abren mis párpados como dulces flores,
se escurre la sangre
destilando todo aquello que nunca viviremos
y se desahoga el aire en bocanas de humo,
venas abiertas y todo al horno
para cocinar lo mejor de mis entrañas,
para convertirme en el polvo
de una oscura y tierna vasija de barro.