No sé yo si es su sonrisa de muñeca
o su risa analfabeta casi asmatica,
o su sudor de almíbar que empalaga,
o su perfume a rosas que embriaga,
tal vez son sus negros ojos de abismo
donde toda tristeza se esconde,
o su exotica alegría que se ilumina en ella
desde sus entrañas de niña,
como una lampara en la oscuridad,
pero cada uno se aferra a algo en ella,
de alguna parte de su esencia,
de su ingenuidad hiperactiva,
de su andar pasajero por la vida
como si el viento la llevase en sus brazos,
caen todos los tristes a su paso,
dejando sus rojos ojos en cada vestido,
uno tras otro, todos los melancólicos
toman turno en su alegría,
todos quieren un café,
una cena,
una risa más para acabar la noche,
una vez más alejarse de la vida,
caer en sus brazos,
tiernos, flacos y azucarados,
perderse en su alegría cotidiana
para vivir la vida como si fuese un circo,
un parque de diversiones,
un juego de ilusionistas,
una pastelería del olvido,
algo recorre su sangre
que atrae a todos los vampiros,
mucha azúcar y mucha magia,
pero quién sabe
de qué están hechas las princesas latina.