llaman de transtorno de amor imaginario,
síntoma de la peripecia de jugar a ser seudopoeta,
miseria de inaugurar amores por todas
las calles inundadas por versos,
contratar disfiles de bufones,
bandas municipales con trombones
y platillos de estreno colosal,
abrir los teatros y los cines,
los burdeles y las esquinas ocupadas por princesas,
presentar al nuevo amor sobre el pedestal,
neuronas intoxicadas de inocencia,
esa infamia de idealizar la pasión en pequeñas eternidades,
inventar los amores como muñecas de trapo,
pantorrilas, piernas, saliva y besos,
falda sobre el corazón ajustando su forma,
barro sobre los ojos y sólo la infancia parece
entender mi penuria,
dolce pedacito de figuras marinas,
inventar el amor en los jardínes,
en los seminarios de cocina,
sobre todo en las noches de soledad
y en los baños ajenos de olor pútrido,
inventar para creer y no olvidar,
para subirse en ese océano,
traicionero y audaz,
para imaginar la llovia que vendrá
sobre mis cachetes,
sobre mi nariz y boca,
ahogando los poros de mi piel,
dramatizar la vida y su abundancia que me aburre,
me embrutece, me irrita,
me abandona en una esquina a mirarla pasar.
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