Letras d´ (1) Dmente: Cuerpo marchito

viernes, 8 de abril de 2011

Cuerpo marchito

Mis manos huelen a cloro,

mis manos se deshacen,

se diluyen en la agua hierviendo,

en las horas interminables,

en las tristezas olvidadas,

mis manos huelen a detergente,

mis penas se limpian,

mis culpas las sudo entre vapores,

mis ollas me cuentan historias,

el cansancio quema mis pies,

cada músculo rechina como puertas

viejas, como esa vieja que me mira,

mira mi juventud, mi energia,

la suciedad me distrae,

la limpio y sigo limpiandola,

este mundo es sucio,

un asco con olor a mierda,

trabajo para no olvidar,

para sufrir y sentir cada piecita

de mi cuerpo marchito.

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Letras d´ (1) Dmente es un proyecto literario que evoca la cotidianidad de la vida, la poesía que los ojos guardan al pasar por las calles sin tiempo y sin nombre. Es un canto a la vida y a la muerte. Es el sueño de retomar el presente. Es un suspiro de amor desahuciado, un beso a la eternidad del romanticismo, un grito de sufrimiento al rostro del pasado, una última caricia de amor perpetuo a la belleza que existe en las letras. Es un intento desesperado de cambiar mi mundo, de crear mi mundo a mi manera. Son palabras de un loco enamorado que decide aceptar su ingenuidad, disolverse en ella para derretir al tiempo. Es la idea de ser poeta y escribir para alimentar el alma. Es la eternidad de las palabras que crean lo imaginado. Es la demencia de vivir en un poema e imaginar en este mundo lleno de razón. Es mi pequeña revolución plasmada en ilusiones.

Dmencia es un estilo literario lleno de sentimentalismo que celebra la vida y la muerte, la ausencia de lógica y razón. El déficit de sentido en la poesía. Es una cura ante esta sociedad consumista, una pausa para encontrarse y perderse en la imaginación de la poesía, para vivir los sueños, recordar el amor, imaginar los deseos. Un estímulo para escribir y plasmar ideas de un mundo escrito donde la falta de sentido se compensa con un poema, sin reglas ni modelos, sólo escribir. Es un vestido de letras que nos muestra la belleza de sufrir y llorar, y otros días sólo sonreir. Romper con el cliché ordinario de un amor cursi por las letras. Es una mentira con aroma a verdad que resalta el poder de creer en lo que se siente. Es, simplemente, mi estilo de escribir y aceptar mi locura, mi dulce demencia juvenil.

Vodka con cerveza

La televisión apagada mira al Señor Elafante y él mira su reflejo con sonrisa macabra. La radio baila rock and roll de la vieja escuela y bebe vodka con cerveza. El Señor Elafante fuma su alma de humo policrómatico. Entra la dama de papel, la gata de ojos al reves, la Señora Yegua y sus piernas chocan contra el humo, su forma queda gravada en la imagen. Patea a Elefante que ya está muy gordo de tanto mirar esa televisión apagada y negra. Yegua se acuesta en la cama, Elafante está sentado en el suelo. Entra una brisa de dignidad, la ventana cae al suelo, el suelo cae al cielo. El vodka con cerveza se disuelve en la nada. La cama es una maldita cama voladora. Elefante cae en la oscuridad, su sonrisa macabra se transforma en trompa. Yegua sueña placidamente. Elefante es cada vez más gordo y goloso. La televisión cae con él, caen juntos sin luz, sin imagenes que mirar. Yegua despierta encharcada de sudor, sus pelos de yegua están humedos, prende la televisión y encuentra a Elefante sentado, cayendo en la imagen de las luces. Fuma un cigarrillo, toma vodka y vuelve a dormir. Elefante cae al suelo del cuarto y aplasta a Yegua, la televisión está rota. Yegua no se mueve y Elefante tampoco, se duermen. El día amanece y un ser con cuatro patas, trompa, cola de caballo, sale relinchando del cuarto.

La muerte no era muerte

Al atardecer, la Señora Mariposa , en papel derritió su caramelo en el mar. La ola azul descubrió sus alas regadas en esa substancia de calor. Un vapor con sabor a sal separó al cielo en dos lamentos y una depresión. Para encontrar al amor, la Madame Araña, tejió todo el vapor en su cuadro de dolor. Era la noche la que reveló el resultado de su obra, su último lamento al farol de la isla, una red para pescar a la Señora Mariposa y que su caramelo vuelva a volar para nunca más dejar de soñar, soñar con ser dulces y volver a nadar entre las entrañas del viento. Madame Araña sacrificó su vida para dar vida, un poco de muerte que devolvió la sonrisa a las olas. Día trás día se repetía el proceso para que nunca se olvidará la importancia, Madame Araña sacrificaba su vida para encontrar a la Señora Mariposa, la muerte no era muerte y la vida no se sabía lo que era. Las olas seguían golpeando la costa y con sus dulces toques encendían el farol para que ningún barco chocara contra la isla, para que ningún humano vuelva a morir en la delicia del viento. La isla que todos olvidaron y los que la conocen sacrifican su vida, su tiempo de eternidad para que el viento duerma en tierra.

Miedo al miedo

Ella se llamaba Jirafa y le temía a las alturas. Siempre llevaba la cabeza baja para que el miedo no la encontrara, para que el cielo no la mirara. Su amiga más querida era Hormiga, más conocida como Sin Cielo, ella siempre hablaba del cielo y cómo le gustaría conocerlo, olfatear sus paredes de aire y azul, o esos días de mala cara, de negro putrefacto y lluvia mal oliente. Iban de un lado para el otro a paso de hormiga, era la jirafa más lenta de la galaxia y le asustaba el sol, esa bestia de mil luces y calores. Su poco bronceado levantaba bromas entre las otras jirafas, la llamaban Sin Luz, tenía tanto miedo al miedo que reflejaba oscuridad y su sombra brillaba a su lado. Era la ironía del miedo, la última esperanza de la oscuridad encerrada en la caverna de piedra donde dormitaba en soledad ésta jirafa. Un día Hormiga falleció y su cuerpito, deseos de ella, debería ser enterrado en el cielo, era buena gente; pero la verdad su única amiga era Jirafa. Pasaron tres días y Jirafa no encontró a nadie que cumpliera el deseo de su querida y única amiga. Una tarde de cielo azul y vientos, que se asemejaban a los pájaros de colores que pintan los niños, ella decidió que pondría a Sin Cielo en el cielo. Tomó el cuerpo seco y putrefacto con su lengua y poco a poco fue levantando su cabeza, cada centímetro era una tortura de mil puñales. El sol de medio día comenzaba a salir y sus orejas pálidas quemaban en angustia, pero nunca desistió, levanto el cuerpito diminuto de su amiga y cuando sintió que su cuello ya no daba más saco la lengua y el viento de las alturas se lo llevo. Desde ese día Jirafa nunca volvió a bajar la cabeza.

Envidia de una puta

Su nombre era Decencia. Su psicóloga, Doña Ignorancia, decía que era una mujer muy decente, una mujer de familia. Decir que era una mujer de casa sería decir poquito, ella era más como la casa de una mujer. Todas su acciones eran tan recatadas que el joven Recato cometió sucidio desde el décimo piso de su departamento, no encontró sentido en su vida. Su honestidad era tan honesta que mentía sin mentir y decía verdades muy bien mentidas. Cuando caminaba por la calle, Decencia era un eclipse de la belleza prohibida y de la fantasía libre. Todos los Atrevidos, una familia de muy poco respeto en la ciudad, le decían bellezas al pasar; pero ella simplemente era linda con una modestia que iba despacio para no llamar a Arrogante el chico malo de la ciudad. Decencia tenía una dignidad de una amplitud espeluznanteme, todas su palabras eran educadas y sus actos tenían la pulcritud de los Santos, la familia más respetada de la ciudad. Decencia se casó virgen. Murió virgen. Fue infeliz, pero muy respetuosa con su marido. Su marido era un maniquí sin deseos sexuales, sin sentidos ni reclamos, sin palabras ni cariños. Decencia, la ingrata de los bohemios, vivió sin sueños porque soñar era indecente. Vivió sin vida porque vivir era cometer pecados. Decencia sólo fue indecente una vez, envidió la vida de una puta.

Dios dijó adios

En su memoria se contaron historias, se crearon las mentiras machistas que el tiempo transformó en injusticias. Su nombre es Dios, su reputación la de un ser divino, pelo largo; pero que su iglesia prohibe a los hippies. Dijó adios cuando Pecado entró en la boca de una mujer. Era una flor llamada Manzana, era la libertad tan dulce como roja, libre de Dios y su perfecto paísaje. La primera mujer dió una flor a su amado y todas sus semejantes fueron condenadas a pagar por su atrevimiento, desde entonces los hombres regalan flores para borrar el pasado. Dios no mencionó palabra, no lavanto su voz de cielo y mil tormentas. Manzana dejó libre todas las palabras. Todos los sentidos y conocimientos fueron sueltos en el mundo. El Humano, un hombre poco sabio, elijío todas las palabras para rebajar a su único complemento, para ponerse en el lugar de su Dios olvidado, un hombre sin mujer. Tuvo hijos e hijas, sembró raízes en su tierra; pero olvido las palabras para decir: somos iguales, pertenecemos al mismo espejo. Nuestros pecados, nuestras decisiones fueron culpa de una mujer, suelen contar entre biblias y tradiciones. Manzana dejó a Humano libre para amar, pero él decidió matar y destruir. Desde entonces no existe ser más bello sobre la fase de la tierra que una mujer, pecadora de la eternidad y desnuda, sus ojos guardan más verdad que los santos del machismo y de un Dios tan hombre como los hombres.

Por siempre

No era una mujer o un hombre, era una idea sin miedo a las balas o a la eternidad, llevada por el tiempo y el viento del sur que congela la mirada de los inconcientes. Era el grito de los que no olvidan y de los que desaparecen intentando recordar y a ratos olvidar. Era una idea con un solo nombre: Victoria, glaciar de todos los ideales y todas las luchas. En su nombre murieron y otros mataron manchando su nombre. Los desaparecieron, ellos los que se atrevieron a buscar a Victoria entre los bosques de la justicia, pero nunca se desvanece una idea que ha derramado sangre. Sangre grita desde el olvido para recordarnos que la vida es vida y la muerte nos la quita. Victoria no tenía piernas ni manos, le faltaba cabeza y boca, pero tenía la memoria de doce elefantes y veintiún siglos. Su falta de boca gritaba con multitudes. Su falta de piernas atravesaba países. Su falta de manos empujaba muros. Su falta de ojos miraba más que todos los ciegos que no desean ver. Era inmortal entre los inmortales, era victoriosa entres todas las victorias. Madre de todos los sueños que regalaba Justicia sin dudar, justicia de los que sienten y se paran a verla pasar en el futuro. Creadora de todos los horizontes de un mañana. Victoria que quería ser Siempre, pero por pocas veces lo fue. Victoria murío el día que nació Olvido.

Mademoissele Passion

El niño encontró la primera flor de su mente. Sin eternidad ni muerte, siete colores de su presencia todos los días se encontraban al amanecer en su jardín. En el rincón de los enamorados sus semillas eran la Inspiración, niña de todas las niñas. Mademoissele Passion era la única flor sin veneno. Siempre llenaba de almíbar el corazón de los pájaros de acero. Pájaros que nunca quisieron olvidar. Ella era flor, pero caminaba como nube. Era flor, pero hablaba como cajita de secretos. Era flor y nunca le tuvo miedo al sol o a la luna. Era el reflejo de la oscuridad dentro de sí. Hacía crecer a los Azulitos, seres de mucha fe y poca acción, pero eran de puro azul. Un día el niño dejo de sembrar Amor, ese sentimiento tan ligero, sin mochila de cemento, y Mademoissele Passion no florecía con los mismos colores. Sus ojos no eran ojos, nunca fueron, pero siempre estuvieron ahí. Sus pies, que nunca fueron pies, pero que dejaban huellas en la arena olvidaron sus pasos. Su mirada, que no era otra cosa que sus colores, dejo de ser mirada para convertirse en oscuridad. Todo perdió su perfume. Todo cambió de sentir. Mademoissele Passion encontró su soledad, su habitación sin ventanas. El niño era muerte, pero caminaba. Tenía pies, pero no andaba. El niño tenía ojos, pero no mirada. El niño no tenía compañía, pero sentía la mano de alguien sin ser una mano realmente. El niño no murió ni vivió, el niño encontró su vida dando vueltas en una flor y todo ese pedazo de amor.