martes, 16 de febrero de 2010

Ciudades

Parece que el frio congeló las manecillas del reloj, se agarró a ellas con toda su fuerza. Ahora el tiempo se paró, se emperró y se puso al frente del camino, no quiso dejar a nadie pasar, calló su canto de ritmo perfecto, dejó de girar la ruleta de la muerte, nos detuvo para observar la eternidad de estar inmóviles, para ver como caen las gotas de lluvia y la luz se estampa contra cada una de ellas, para oír el silencio mortal, para esperarte inmóvil, quedarme rondando por mi mente hambriento por ese pedazo de ilusión que me das, para que el hedor de tus palabras intoxique, drogue cada soplo de vida que tengo, lo embriague en ríos de placer, lo pinte en matices de locura, te detenga a mi lado por toda la eternidad de un segundo. Un beso juntos, cada poste pintado de rojo sangraría de envidia, las calles se levantarían para aplaudir, las personas desaparecerían, se esfumarían, los edificios comenzarían a caer en pedazos, a derretirse y atraparnos en sus entrañas, las ciudades nos ofrecerían sus cementerios para descansar juntos entre las entrañas de la tierra.

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