martes, 28 de septiembre de 2010

Cuentos de la Cotidianidad

Hace sesenta años debe haber nacido esa nariz, era todo un monumento a la nariz, la encontré en un bus perdida en el rostro de un hombre triste, tal vez era el peso de la nariz que lo dejó con esa cara de culo mal cagado. Me imagino como sería tener una nariz tan grande y eso que la mia llega a ser grande, pero esa nariz salía por las ventanas del bus aplastando a todos a su alrededor con su imagen, pienso en todos los aromas que deben entrar en su cabeza, en toda la mierda que debe oler por la pesadilla de tener la nariz de un elefante, me pregunto como besa a una mujer sin acertarle un narizaso en el ojo. De alguna manera lo envidio, esa nariz puede oler el futuro y regrasar al pasado, al olor de un buen sexo, al pastel de mamá recien salido del horno, el perfume de esa mujer que olvidaste si era a rosas o siemplemente a ella, puedes oler la mierda a miles de kilometros, pero también debe ser desagradable olor el culo de todas las personas, creo que ese señor iba a suicidiarse o cortarse la nariz, sería insoportable tener la fragancia de todas las mentes de un bus caminando por tu cerebro, coagulando tu sangre, quemando tus neuronas, ese cerebro era lleno de gusanos ahora que lo pienso. Me bajé del bus dando patadas para que la nariz me dejara salir, todos gritaban y esa nariz no se movía, seguía bien parada en la cara de ese hombre viejo, llevaba años con su nariz, sin nada que decir, solo la sonrisa amarga y los ojos de un cierto color amarillo depresión. A veces es mejor aprender a cerrar la nariz para que la mierda no entre.

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