ni siquiera había nacido, toda su
blancura estaba llena de nubes,
y el cielo la quería mucho, todos
los días mandaba sus moneditas
de sol para que abriera sus petalos,
era muy mimada, pero tan bella,
siempre zarpaba de mi mente
buscando esa libertad de flor,
volvía por las noches para decirme
que me quería y que al poner sus
petalos en el viento ellos se iban
como pañuelos, al ponerlos en el
agua se convertian en tiburones,
el otro día me olvidé de imaginarla
y resultó que naufragó en una maceta,
sentada sobre la tierra cerca de una
ventana con vista al mar y al amor.
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